sábado, 19 de diciembre de 2009

El alma de la Caña



Comentario sobre el libro de poesia: "El alma de la caña", de la poeta Lilia Ramirez.


Los fulgores que desprende una noche estrellada, las facetas de un diamante o la presencia imponente de una catedral, es la idea más cercana de lo que representa el poemario: “El alma de la caña”. En estas páginas Dionisos ha sido vencido por Eros, sí, Eros, poderoso imán de la sangre, de la vida, del arraigo, de la mitad que busca su semejante, Eros, el que se congracia con las criaturas, el que se abre a la noche y se evade con el brillo de las estrellas, Eros viajero, o el que placidamente retoza en las palabras de este libro, libro hecho de signos y de tiempo, de ciclos y contrapunto, de geometría y color.
El alma es el lugar de las verdades primordiales y se guarda en la trinidad que componen los capítulos, el primero: Entre las páginas se encuentra la voluntad que mueve al escritor apasionado, en ella se manifiesta y templa su centro, temperamento fuerte y firme como la koré que sostiene la escritura, y a la manera de Leonardo, la poeta esculpe, a imagen y semejanza, la representación de sí misma, la Cariátide.
Quien vive encadenado a la escritura, esta condenado a vivir sólo la mitad de sí mismo, la otra mitad, le pertenece a la representación del mundo.

Encarcelado
por paradojas cotidianas:
las sillas
las paredes
la pulcritud de tus pañuelos
vive encadenado mi pie izquierdo

el derecho
se esconde
entre las paginas.


El poema, asegura la poeta, revela nuestra desnudez, nos muestra con toda la gravedad de nuestra pesadumbre, nuestra karmatica melancolía, reflejada como dice Paz, en la otra voz, la que testimonia nuestra parte oculta, la que mediante signos se refleja en la poesía y la que busca reivindicarnos a un estado similar, a lo que hubo antes del pecado original. Pienso en los temperamentos de San Juan de la Cruz y de Sor Juana Inés, luchando en el intermedio de sí mismos. Esta manifestación que surge desde lo más íntimo de los seres, es lo que nos lleva al mediodía de este poemario, o capítulo dos, titulado: El alma de la caña, cuyo nombre se toma también para referir al libro.
El aleteo de una mariposa puede sugerir en su movimiento, una incipiente caricia con el aire que la suspende, o bien, provocar la mas violenta de las turbulencias; sin embargo, la fragilidad de su movimiento bien puede ilustrar la metáfora del erotismo, que se aplica en esta segunda parte del libro, y que es, uno de los rumbos del amor y la sexualidad. El erotismo es sugerencia, flirteo, guiño, activador de la alquimia corporal; su dimensión convoca al ensueño, y es el preámbulo de la vigilia de los sentidos. Eros toma este lugar como aposento y dice:

Mi piel bajo su piel
ramilletes de lavanda.

El erotismo también se viste de colores y sonidos cuando conjuga:

Heráldica bordada
con el cantar de las cigarras
en aquella tarde lila
al sur de Francia.

El cuadro tiene una similitud con los lienzos de Renoir, campos floridos con la tinta de las flores diluyéndose al infinito, música celestial que nos regalan las cigarras, tu y yo en una tarde evasiva.

Dice Sabines:

(...) Las muchachas ofrecen en las salas oscuras sus senos a las manos
y abren la boca a la caricia húmeda.

Nuestra poeta también convoca humedades cuando escribe:

Mis pechos salobres
son soles del océano
de tanto (a) mar

Pero también se reconoce como punto de referencia, y segura de sí misma y de su cuerpo afirma:

Mis pechos firmes son
como la tierra que anhelan
los marinos

El lindero del erotismo finaliza con el deseo de completud y reconoce en el otro su mitad perdida, evocando la reminiscencia de la caída, así en Dios Ibérico nos dice:

(...) sople mis labios tu hoguera
asfixie mi alma tu credo
Después de la comunión, cuando la pareja se ha completado, y cuando la lucidez de los sentidos busca su cuadrante, se retorna a la antiquísima sensación de estar partido, se reinicia de nuevo el ciclo de complementación, desde todos los matices del amor.

Tu cuerpo entero se escurre ante mis ojos/
me quedo sola, el frío también huye.

Buscar llenarse de amor y de perpetuidad, y compartirlo a partir del sentimiento de la ternura cuando la poeta dice:

Te hiciste mi cómplice/
mi vida crece, se vuelve enorme/
desde que te platico mis secretos/
mis desdichas y también mis alegrías.

El Bosco pintó su Jardín de madroños; incluso Vincent Van Gogh creó su paraíso en su noche estrellada y en la que destaca en primer plano un ciprés, sabemos que le fascinaba pintar cipreses. Salomón el Rey, en el cantar de los cantares acondicionó su lecho-paraíso lleno de cedros y cipreses y las campiñas a su alrededor se sugerían colmadas de viñedos. Este ambiente ecológico es la parte que preserva y restituye el Ser del amor, encontramos, también, en el alma de la caña su jardín edénico sumamente generoso, con naranjos destellando azhares, praderas amarillas con su infinidad de soles en flor, canarios en vuelo que a la vez son la metáfora de la vida, catarinas y mariposas que salpican de color con su ambiente festivo, con su certeza de primavera eterna. Pero el tiempo es inexorable y nada escapa a su influjo, la lozanía pierde su vigencia y se condensa en un lenguaje de palabras que guarda el alma y que nos transporta al tercer capítulo: El gemido del celofán. La escritura es inhumana nos dice la autora en voz de Platón, como una advertencia de la proximidad del ocaso, que cumple puntualmente con su labor profiláctica, para dejar fértiles los albores de renovación. Las aguas de un río nunca son las mismas en su corriente y como signo de renovación arrastra y abraza como una triste alegoría lo que no está hecho para permanecer, como sucede a continuación:

El río secuestra al cañal
con sus redes de cristal.


La ironía, finalmente, es una carcajada disimulada, una condición sutil y fortuita de hacer saber y sentir al otro de lo que carece, o de lo que no está en sus manos poseer, en este sentido, me permito leer sólo la epígrafe del poema Relojes viejos, cito:

Conocí viejos borrachos, patéticos,
que usan relojes viejos para que algo se les pare.
Diego Álvaro Guzmán.


La fatalidad como asunto irremediable también encuentra lugar en el poema La navaja aunque en la metáfora alude a la mutilación de alguna parte del cuerpo de una niña, bien puede ser el acero cercenando el tallo de las flores. Estas líneas me hicieron recordar que en algunos países el destino de las mujeres, es pasar por una especie de rito de iniciación, en el que con una navaja común se les extirpa el clítoris, para borrar toda evidencia de placer. Algo similar ocurre con los niños, al cortarles lo que suele llamarse prepucio, no como medidas profilácticas, sino como una muestra para vislumbrar la hombría. En medio Oriente, el uso de la Burka ¿no es una mutilación de la mujer?

La navaja mutila
los pétalos de la niña
rauda de labios cercenados
la abuela mutila
los pétalos de la niña
Rambla de húmedas palabras

Ante la barbarie del imperialismo por el ansia de dominio, se repite la mítica historia del hermano matando al hermano, Caín termina con la vida de Abel; se vislumbra a partir de ello una hermosa metáfora de dos líneas que queda en el aire como un eco, a propósito del destino de la humanidad, que no civilización, y en el que Caín, finalmente, es rondado por la muerte.

Las bombas
buitre de Prometeo

El tema de la muerte con sus innumerables rostros cierra el ciclo en: EL velo, La parvada, Tancat y Prem (i) atura. Sin embargo, toda vez que la muerte supone un fin, sigue siendo parte de un renacimiento. El alma de la caña, puede leerse desde dos perspectivas: desde la visión poética que he abordado, y desde la lógica científica, que a partir de la información que se deja entrever en el preámbulo de los capítulos, informan al lector, sobre el tratamiento de la celulosa de la caña, hasta llegar a esa especie de cristal domesticado que es el celofán, que sin lugar a dudas representa el alma de la caña. De lo que puedo asegurar al comentar este poemario, es que Eros, al contrario de lo que se ha dicho, es mujer.