martes, 24 de enero de 2012

La escritura es signo

La escritura en ese delinearse para construir la grafía, para construir el signo, para crear el significado se debe a un Ser que la escriba y que la nombre; y el mismo ser u otro, que la desentrañe, que la signifique como portadora de una lengua, de un idioma. Todo está lleno de signos, la materia y esencia, lo que guarece la luz y lo que vive en las sombras, lo cercano y lo lejano, el futuro y el pasado. Es un hecho que todo es escritura. La escritura es lengua viva, es ente descifrable, latente, pudorosa; lista para cogerse del rabo como dice el poeta; para desentrañarla, para vaciarla en toda su significación. En este sentido la escritura es vehículo insoslayable para el escritor, nada existe de mayor intensidad que la conexión escritor-escritura y aquí, en este teorema, es donde nace su sentido vocativo, el aspecto noble del ejercicio literario.
La escritura como vocación, obliga a quién lo ejerce, en su sentido teórico-práctico, a volcarse en una iniciativa amorosa, alquimia de ciencia y lenguaje creativos. La escritura como vocación, sería entonces, el corolario de esta suma de destrezas, en un continuo y perpetuo trascender, con un fin determinado: el lector. Nadie escribe para sí mismo, escritor y lector forman una dualidad irrenunciable, de ahí que el escritor sea al mismo tiempo creador y crítico. El escritor serio toma en su propio derecho a la literatura y convierte en obra cada palabra que se traduce finalmente en texto. Pero no es tan fácil como lo dicen mis palabras, y esta vez, mis palabras mienten, hace falta más que vocación para que la obra signifique, el escritor como el alquimista se deben a la teoría, a las formalidades que rodean la escritura para que su producción se ajuste a la forma y al fondo, a la estructura de sus textos y al impacto de su contenido. (Texto inconcluso).

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