sábado, 21 de marzo de 2009

Al ser que viene


De aquí que cada ente literario esté
Condenado a una vida eterna, siempre
Nueva y siempre naciente, mientras
Viva la humanidad.
Alfonso Reyes


La vida del escritor nunca ha sido fácil, es trágica en demasía porque carga sobre sus hombros con las penalidades que hereda con el principio de la humanidad, en su cuerpo se enseñorean los fantasmas* vertidos de la caja de Pandora, vive una vida alucinante que raya en el espanto, es un perseguido para si mismo.
El escritor, como el sabio y el filósofo, al entender la naturaleza de la vida, se apega tanto a la muerte, para buscar en el aislamiento la comprensión de sus pequeños decesos, es allí donde se emancipa alimentando a los fantasmas que al mismo tiempo le oprimen, es en el silencio de la quietud donde se lame las heridas de los siglos. Allí muere y se regenera volviendo de nuevo al ciclo, regurgitando en delicadas líneas la tragedia del mundo o su cuasi denegada esperanza; en su catarsis se convierte en un Atlas cargando el inmarcesible yugo de la eternidad.
El escritor es todas las vidas, todas las muertes, todos los rostros, es el aire y los verdes cada vez más huidizos de los bosques, es el rayo y la luna, es lo negro y lo etéreo, es luz y abstracción, es todos los universos, también es nada.
El escritor en su condición envidia al ser que aun no nace, al loco que ignora, al niño que olvida, al animal que desconoce las maldades, al polvo incorrupto que de la piedra se ríe.
El escritor es invadido comúnmente por la paradoja del suicidio, y en realidad el mismo se asiste, matando a sus ideas con cada punto final, asesina a sus personajes malos que son él mismo, y a sus fantasmas buenos, los empuja a vivir una esperanza que sabe utópica...Y al final, cuando queda vacío, entonces envejece prematuramente, y ya sin fuerzas es aplastado por ese cosmos que había venido soportando desde el inicio de la humanidad, sólo para que otro tome su camino, el de la vida, la tinta y las pasiones, una tragedia que el Ser heredado desconoce al nacer, cargando en su sino el estigma de los elegidos, mártires que edificarán su propia gloria creando arte de su tragedia, revocando el destino de los que subyacen en sombras y quienes le han precedido en el indisoluble vínculo con las letras. Y así es la Palabra un bien del Hombre.*

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