sábado, 21 de marzo de 2009

EL TANGO


Aún antes que se escuchen los sonidos del fuelle del bandoneón, el cuerpo se va tiñendo de la temperatura de la pasión al fluir la sangre, los músculos se tensan, la mirada se vuelve arrogante incluso desdeñosa, esa atmósfera hace sentir la intimidad de quien se vuelca en la escaramuza de su baile y cuya evidencia permite la desmesura del tango. El tango se convierte entonces en la geometría de los pasos que se empujan hacia el arte amatorio del sigilo. El desdén de su danza erótica nos hace pensar en la ruta del desvarío laocoontiano, pero no es más que la dulce promesa que se funde en una extensión de la pasión irreverente, así, el movimiento vehemente de los cuerpos se vuelven tornasoles, y la influencia evasiva de su ritmo, azota incesante nuestros miembros, y nosotros, en un intento por arrancarnos de su influencia, padecemos el continuum de la espera, sabemos que en nuestro interior también las entrañas luchan, danzan, sufren y se aferran, la voluntad es robada como en un trance ingenuo, para al final, perder la mirada en las inmediaciones de los párpados, buscando el asilo de las penumbras, sintiendo aún el sobrecojo de su influjo.

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