sábado, 21 de marzo de 2009

El Fado


Esta noche no es una noche cualquiera, ha nacido desesperante, surgido de las inmediaciones de la añoranza, como estos pasos que me llevaron a no sé qué terrenos de esta música lusitana, que se metió junto con las cervezas, en algún recóndito espacio de mi mente...
Con las mesas dispersas como ideas confusas, danzando el simulacro de la vida, bebí cada una de las notas y los falsetes, como sentí cada uno de tus rasgos.
La mesa resplandecía tenuemente en un claroscuro premeditado, con la llama minúscula de una parafina, insinuando el silencio en la penumbra y éste se sugería como un manto amoroso que caía y cubría mi humanidad.
El silencio como principio de ritual. Un silencio que me obligaba a percibir los primeros timbres de la melancolía desprendida de las guitarras que se completaba con el canto doloroso. Tudo isto é fado.
El fado no es un canto de renuncia, es el canto de la esperanza, pero de una esperanza tardía, por ello se preña de tristeza, porque se vuelve lejanísima. Quien canta se desgarra y se duele, y en sus lamentos se ansía y en esa ansiedad se trasciende.
Si en el sonido de las guitarras se presume el destino del alma; el canto en sí, se convierte en la evidencia nada sutil de un estado no alcanzado, de una entidad ausente, de un amor inconciliado y latente.
Quien cantaba esos leves susurros decía: “el fado es triste pero no infeliz, es oscuro pero no gris”. Yo vuelvo a mi lenguaje y manifiesto: el fado es el huir del suspiro que abandona mi cuerpo...Es la llama incandescente ya sin parafina quedando al margen de la espera, como la silla sola frente a mi, dispuesta para ti, y en tu ausencia, el fado como yo...Es sentimiento contra el olvido.

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