sábado, 21 de marzo de 2009

Maclovio Sosa Palomino


Puede resultar un mundo incomprensible el poder descubrir y traducir el aspecto multifacético que puede abrigar el hombre sensible. Y como escribió alguna vez Humberto Martínez a propósito de comentar la obra de Gorostiza: “La dimensión de profundidad de un pensador poeta puede ser sólo comprendida por otro poeta o pensador, [...]”.* Ello puede venir quizá de algún lejano parentesco que llevamos, si no en los genes sí en lo que cada uno posee de profeta, o de sabio, o de ambos... Y puede resultar un tanto vano y pretencioso, el querer aspirar a la nobleza que guarda el hombre-poeta, sin embargo, es necesario conducirse por esos caminos para interpretar y loar los escritos que pueden ser vedados por el intento de poeta que soy, tratando de descubrir la identidad de este ser sensible que la poesía ha tomado, para ejercer como Dios, el acto de crear. Quizá en ese intento las musas conspiren contra mi voluntad y se escurran de mis espacios evadiéndome, cual ser iluminado que no soy.
Si no como poeta será con la visión del escritor lo que hará que consiga al fin retratar la vida de mi amigo Maclovio que como hombre-poeta inventa, descubre y nos transporta con su poesía en los campos de la fascinación y que usando la herramienta del lenguaje, traduce las palabras que captura en delicados versos, que preñados de elementos parnasianos convoca a la memoria a un extasío, cantándole ora a las ninfas totonacas otrora Diosas exuberantes olorosas a jazmines, ora al espíritu apolíneo y que Alfonso Reyes adoptara también como rasgos helénicos en su inigualable prosa.
Música y ritmo es lo que deja sentir este poeta en las composiciones de sus múltiples libros impresos, cantándole ya a la belleza, a la nostalgia, a los amigos o a la tierra. Y su canto vehemente al no contenerla sólo en décimas o sonetos, busca el alivio de la guitarra y acercándola al latido de su pecho se completa en el rasgueo convertido finalmente en sones o huapangos, que llevan implícito el dejo de la melancolía o la energía dionisíaca de los acordes que lanza al aire...Y a la sierra.
Es la sierra que lo adopta, y es a ella que se entrega, buscando el génesis en la piedra..., en el barro..., en los cántaros que contienen como un cuerno de la abundancia la primera existencia, el primer pulso de la tierra donde él ha nacido, y que como visiones delirantes, ensimismado, convertido en un escriba celoso, apoyado con el glifo de la significación transforma su sierra, en el paraíso, como alegoría de la prodigalidad totonaca y puerta de entrada al “único mundo”.
Es así, investido del carácter de cronista-poeta-músico cómo Maclovio Sosa Palomino se convierte en un guardián de la belleza, en un vigía de la historia, en la memoria, ya no de la región geográfica y limítrofe, sino del pueblo totonaca, aquél que ha sido acunado por el tiempo, que ha sido cantado por otras voces y otras liras; del pueblo que se guarda entre lomas y que se funde en el susurro del canto vertido ya por sus versos, ya por sus falsetes que se esparcen como el perfume de la resedá, entre los recovecos, buscando mar y montaña. Quizá reinterpretando el mundo nostálgico del extasío que alguna vez los griegos crearon al acercar cielo y tierra y el convivir de Dioses y humanos. ¡Y basta!, no puedo decir más, no puedo escribir más, las musas han jugueteado conmigo y se han esfumado al amparo de las sombras, sólo escucho el siseo y el movimiento de sus pies descalzos que afuera, en el follaje, juguetean con las hojas tiernas en ese andar huidizo, quizá huyendo de las travesuras de Pan, que ha conspirado contra mi necesidad.

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