sábado, 21 de marzo de 2009

Entre el mar y la arena



A veces descubrimos
ese pedazo de naturaleza
que todo lo contesta […]


Fabio Morábito



Para un sol inclemente una brisa bienhechora; para arenas grises o blancas una inmersión en agua salada. Canto de la espuma o eco de las sirenas, palmeras danzarinas, locas y descabelladas, oleaje interminable, masa humana soñolienta.
Belleza y misterio en este trópico de ensueño en las playas del Totonacapan, paraíso de la quietud, cuadro del idilio, de atardeceres donde se conjuga un sol que escapa al horizonte, entre el mar y el cielo, precediendo una bóveda con una luna inmaculada y rebosante, que bien podría rendírsele culto alargados en la arena, o iniciar un rito alrededor de la fogata crepitante; quizá buscar el consuelo de las penumbras, y en su amparo contar meteoritos cargados de deseos postreros, siguiendo la incógnita de descifrar la famosa vía láctea, o colgarle un hilo fluorescente a la eterna Osa menor y convertirla en papalote para iniciar una loca carrera por los senderos de lo imposible.
Puedes embriagarte de regocijo, carcajearte, gritar o llorar, y dirigir tus pasos a este mar omnisciente, para darle unas cuantas nalgadas, por ese robo protagónico clásico de la semana santa, que nos hace parecer con su desdén, como un grano más de cilicio que la circunda en toda su inmensidad.
Bien vale la pena rayar en la locura y correr, correr y pisotear, hundir los pies descalzos en esta arena gratificante, y lastimarla; lastimarla hasta terminar exhausto, caído en su sábana ondulante…Y luego, cerrar los ojos para provocar un remolino de ideas esquizofrénicas, donde las estrellas y los planetas y las cosas, se reúnan en tu ombligo para ser el centro de los universos y deshacerlo a voluntad en la memoria.
Abre tus poros, dora tu piel y extrema tus sentidos, abandónate en la naturaleza y sé parte de ella; róbale sus atributos al señor camaleón…Y piérdete.
…Después exclama: Ay de mis sentidos galopantes, soy yo y me desconozco; será el hechizo costeño que invade, penetra las vísceras y toca el alma, te llena de energía y transforma el estado de ánimo alicaído en protuberante marejada.
Al final, cuando tus emociones hayan conspirado en un orgasmo y te sientas satisfecho, inclínate devoto y huye, huye a otras latitudes, contagia al rostro gris y háblale de la fantasía que nuestras costas* pueden producir…

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